jueves, 16 de agosto de 2012

Jerónimo.




“El hombre detrás del mito”

















Jerónimo o Gerónimo, en chiricahua Gayaalé, -el que bosteza- y a veces escrito como Gayathlay o Goyahkla, fue un notable nativo-americano (un indio de toda la vida) jefe de los Apaches Chiiricahuas, que luchó contra Mexico y los Estados Unidos, durante varias décadas, para detener la expansión de estos en las tierras tribales de los Apache.

Goyahkla (Jerónimo) nació en 1820 en el ceno de los Bedonkohe, etnia de la familia de los Apaches, cerca de Turquey Creek, un afluente del rio Guila, en el territorio de lo que hoy es el Estado de Nuevo México, pero que en aquel entonces pertenecía aun a México.
Tuvo tres hermanos y cuatro hermanas y su abuelo, Maco, había sido jefe de los “apaches bedenkohes”.
Goyahkla (Jerónimo) creció en un tiempo de paz, algo raro en la historia de los apaches.
Fue criado en la tradición apache, aprendiendo de su padre hazañas de la guerra y de la caza y eventos de la reciente historia apache, mientras su madre le enseñó a rezarle a “Usen” un Ser Supremo, también conocido como el “Dador de Vida”. Ella le relató también leyendas de seres sobrenaturales como “La Blanca Mujer Pintada” o el “Niño del Agua”. Cuentos todos relacionados con la llegada de los apaches a la sabiduría y sobre los benéficos Espíritus de las Montañas que vivían ocultos en cavernas y cuyas ceremonias y trajes los apaches copiaban.
Cuando se hace mayor se casa con Alope, una Apache Chiricauhua, con la que tiene tres niños.
El 5 de marzo 1858, durante una expedición que Jerónimo, hace para vender pieles, su campamento, cerca de Janos, es atacado por 400 soldados mexicanos al mando del coronel José María Carrasco. Durante el ataque perecen los niños, la mujer y la madre de Jerónimo. Esto enciende en él, una llama de odio hacia el hombre blanco que ya lo acompañará de por vida.
En la batalla de Kaskiyeh, los apaches infligen una terrible derrota a los mexicanos, hecho que los deja satisfechos. Gojlaye, Jerónimo, nombre por el que ya es bautizado por sus enemigos por haber tenido lugar el cruento choque el día de la festividad de San Gerónimo, es el único que no está conforme, para él, esta derrota a sus enemigos no es suficiente.
Y en el verano de 1860, Gerónimo con sed de venganza y seguido de veinticinco guerreros comienza una serie de incursiones letales en el territorio de México. En realidad estos ataques no hacen más que constituir una amenaza para la paz y la existencia de los apaches.
Hasta que ya, en 1861 el ejército de Estados Unidos comienza una guerra no provocada contra los apaches y la venganza personal de Jerónimo se ve diluida en otra mas importante razón, la lucha por la supervivencia de su pueblo.
Durante esta guerra las tropas norteamericanas, decididas e exterminar a los apaches, perpetran contra ellos toda clase atrocidades, atacan sus poblados, asesinan a sus caudillos, a los que engañaban invitándolos a acudir a encuentros donde supuestamente se iban a celebrar tratados de paz y, es en uno de estos encuentros tramposos, donde secuestran, torturan y matan al gran jefe apache Mangas Coloradas, de esta forma, poco a poco, los van diezmando y debilitando su resistencia.
Hasta que en 1871, el jefe apache Cochise, acepta la rendición.
Jerónimo no lo acepta y, solo con unos pocos bravos que le siguen, huye de las tropas americanas y sigue luchando.
Los demás indios son recluidos en cuatro reservas situadas en Nuevo México y Arizona.
La vida para los indios en estas reservas no pasaba de mera supervivencia.
Aunque, la paz, si así pude llamársele, dura poco para lo indios. En 1877 las autoridades americanas dan orden para que sean trasladados a la reserva de San Carlos.
Y, además se le envía un mensaje a Jerónimo para que acuda a parlamentar. Éste acude, pero, otra vez, es una trampa, es atrapado, cargado de cadenas y confinado en una prisión militar durante cuatro meses. De allí es enviado a San Carlos.
En 1881, ante fuertes rumores de que iba a ser ahorcado, Jerónimo huye de la reserva de San Carlos, seguido de unos setenta guerreros en dirección a México.
Unos meses mas tarde regresa a la reserva con la intención de convencer a los demás apaches de que lo sigan. Lo consigue pero en la huida, mientras hace frente a las tropas norteamericanas para permitir que las mujeres y los niños se pongas a salvo, tropas mejicanas atacan su retaguardia y matan prácticamente a todos los apaches que no son guerreros, en su mayoría, enfermos y ancianos.
Jerónimo se une a otros jefes apaches e intentan formar reductos de resistencia.
Jerónimo al frente de sus hombres y en una inferioridad de fuerzas abrumadora, acosa, lucha, se oculta, luego acosa de nuevo y su nombre y sus hazañas se hacen legendarios.
“Entre 1877 y 1886 la frontera entre los EEUU y Méjico fue asolada por dos pequeñas bandas de indios apaches, liderados por los jefes Victorio y Gerónimo, que mantuvieron en jaque a las tropas federales durante casi 10 años”.
Pero poco más puede hacer que tratar de sobrevivir al acoso constante de dos ejércitos
En 1882, la reserva de San Carlos, pasa a las órdenes del general Crook. Éste se entrevista con Jerónimo y reconoce las injusticias de que habían sido objeto los apaches. Tras recibir de nuevo garantías de que serian tratados con humanidad, Jerónimo y los suyos regresan pacíficamente a la reserva en febrero de 1884.
Gerónimo no dura mucho en la reserva. Al año siguiente, en 1885, vuelve a marchar a la montaña con 150 seguidores.
La historia se repite, Gerónimo, combate devolviendo golpe tras golpe pero, como siempre, la suya es una lucha desesperada. El apache, acosado de nuevo hasta la extenuación, pide la paz, parlamenta con Crook; sólo quería que su pueblo fuera gobernado por un hombre justo. Crook no le cree.
De nuevo, ante los insistentes rumores por parte de los soldados de que iba a ser ahorcado, Jerónimo vuelve a fugarse mientras es trasladado a un fuerte militar, seguido por 24 de sus guerreros.
El apache vuelve de nuevo a su peculiar forma de lucha, acosa, ataca, desaparece y vuelta a atacar, así consigue eludir al ejército durante más de 5 meses con 5.000 soldados asignados a su persecución.
Finalmente, es cercado gracias a la utilización de guías apaches por parte del ejército de Estados Unidos ahora mandado por el general Miles. Tras su capitulación tanto los apaches que le habían seguido como los que le habían perseguido al servicio de la caballería son desarmados y trasladados en carros a Holbrook, Arizona, desde donde se les lleva en tren militar hasta Florida.
“En el momento de su redición Jerónimo portaba Winchester modelo 1876 acción- palanca, un Colt Single Action Army con acabado en níquel y cachas de marfil, y un cuchillo Bowie, un tipo de daga con una hoja bastante larga y con mango tallado como una cabeza de ciervo, enfundado en una elaborada funda plateada y colgada de un cinturón cartuchera.
El wínchester está expuesto en el United States Military Academy, y el revolver y el cuchillo en Fort Sill museum”.
Con la captura de Jerónimo las distintas bandas de indios se encaminaban a años de cautiverio. Los exploradores del ejército acabaron su misión: ya no quedaban indios en libertad.
El clima de Florida resultó de efectos devastadores para los apaches.
La mortalidad era exagerada, 5 de cada 6. ¿La humedad de Florida? ¿La nostalgia? Parecía la extinción de una raza.
“Jerónimo dijo: Estamos desapareciendo de la Tierra, y sin embargo no creo que seamos inútiles, o Usen no nos habría creado”.
En 1904 la Oficina de Asuntos indios lo lleva a la Feria mundial de San Luis donde el antiguo caudillo gana algo de dinero vendiendo sus autógrafos. Sin embargo, jamás volverá a ver las tierras en las que había crecido y a las que las autoridades americanas habían prometido reintegrarle.
Ya en su vejez, la peor de las contaminaciones traídas por los blancos, el alcohol, lo llevaría a la muerte. El 15 de febrero de 1909 lo hallaron en el agua, borracho. A consecuencia de esto coge una pulmonía.

Muere el 17 de febrero de 1909, en Fort Sill, en calidad todavía de prisionero de guerra.
Sus últimas palabras se las dijo a un sobrino suyo: Nunca debí rendirme. Debí haber seguido luchando hasta ser el último hombre vivo.